lunes, 3 de agosto de 2009

SANTA FE IV: “LATINOAMÉRICA HOY”

James P. Lucier
Director de Staff del Comité de Relaciones Extranjeras
del Senado de los Estados Unidos


INTRODUCCIÓN

A través de los años los estudios de Santa Fe han sido reconocidos por su enfoque práctico de los problemas hemisféricos, como asimismo por su creciente interés en la totalidad del espectro de cuestiones. Y no puede ser de otro modo si uno considera los antecedentes y experiencia de sus contribuidores. Cada uno de ellos ha vivido un romance de toda la vida con América del Sur y Central, dedicando muchos años en esa región. En el campo de los negocios privados, el periodismo y los más altos rangos del servicio militar estadounidense, los servicios de inteligencia y el cuerpo diplomático.
A diferencia de otros estudiosos del hemisferio cuyo conocimiento está basado sólo en el estudio académico, o dirigido por pasión ideológica, el grupo Santa Fe está motivado por el deseo de ofrecer un cambio real al pueblo del hemisferio, y de fortalecer los lazos entre los Estados Unidos y sus vecinos sureños. Los desconcertantes descubrimientos de Santa Fe IV muestran que los Estados Unidos han tendido a considerar garantizados a aquellos vecinos sureños; y que lo que antes fue simple negligencia se tornó un escándalo abierto bajo las políticas de la Administración Clinton durante los últimos siete años. Obsesionado con Europa y China, y atontado con la corrupción de Rusia, el presidente Clinton ha dejado a Sudamérica en un patio trasero. No debe sorprender por ello que Sudamérica haya buscado inversiones y relaciones comerciales en cualquier otro lado – en España, por ejemplo – y en la República Popular de China.
Santa Fe IV nos recuerda que el mercado potencial de la frontera sur es tan grande como el propio. Desde una perspectiva histórica, esta división no debió suceder jamás. Los Padres Fundadores consideraron a Sudamérica como una región que, al igual que los Estados Unidos, estaba buscando su liberación de las naciones totalitarias de Europa. Jefferson, Madison, Monroe y John Quincy Adams, todos ellos consideraron a los sudamericanos como hermanos en la lucha contra la tiranía. Cada una de estos presidentes fue un experimentado diplomático, como asimismo un estadista.
Jefferson fue Secretario de Estado de Washington; Madison fue Secretario de Estado de Jefferson, Monroe fue Secretario de Estado de Jefferson y John Quincy Adams fue Secretario de Estado de Monroe. De modo que cuando cada uno de ellos llegó a la presidencia, había conocido muy bien las luchas de poder de las relaciones internacionales, y los Estados Unidos disfrutaron de una continuidad de práctica política que fue rara desde entonces. Por ello, cuando Monroe fue Secretario de Estado en 1811, envió a Joel Barlow como ministro a Francia. Las instrucciones de Monroe a Barlow incluían lo siguiente: “una revolución en las provincias españolas, al sur de los Estados Unidos, está progresando rápidamente. Las provincias de Venezuela se han declarado a sí mismas independientes, y anunciaron este suceso a nuestro gobierno. Se dice que el mismo camino será seguido en breve en Buenos Aires (sic) y en otras zonas. Las provincias de Venezuela le han propuesto al presidente el reconocimiento de su independencia y la recepción de un ministro; y aunque dicho reconocimiento formal no ha sido aún efectuado, se les ha dado una respuesta muy amigable y conciliadora. No debe Ud. dudar en atender esta cuestión, debido tanto a los justos reclamos de nuestros Hermanos del Sur, a los cuales no pueden ser indiferentes los Estados Unidos, como a los mejores intereses de nuestro país”.
Cuando Monroe asumió la presidencia, uno de sus primeros actos fue autorizar una misión a Sudamérica a fin de evaluar la situación de aquellos lugares que se habían proclamado independientes. Tras el retorno de los comisionados, Monroe inició las operaciones destinadas al reconocimiento diplomático. En un memo de 1819 al Secretario de Estado John Quincy Adams, proponiéndole el envío de un agente a Sudamérica, Monroe escribió: “Puesto que las colonias (españolas) son nuestras vecinas, y necesariamente debemos sostener intercambios con ellas, especialmente si se vuelven independientes, como presumimos, en un período no lejano, es de suma importancia que nuestras relaciones sean de naturaleza amigable”.
En 1822 Monroe envió un mensaje al Congreso solicitando el reconocimiento diplomático de los países de América Latina. Les dijo: “el movimiento revolucionario en las provincias españolas de este hemisferio ha atraído la atención y excitado la simpatía de nuestros ciudadanos desde sus inicios”. Sólo un miembro del Congreso votó en contra de la propuesta. Luego, en 1823, el ministro inglés de Relaciones Exteriores, George Canning, súbitamente propuso que Gran Bretaña y los Estados Unidos se unieran para oponerse a los esfuerzos de la “Santa Alianza” – Francia, España y Rusia – para restablecer las colonias españolas en Sudamérica. Canning consideraba un inteligente juego de poder bloquear a sus rivales europeos; pero perdió su interés a medida que cambió la situación. Sin embargo, Monroe decidió continuar sin el apoyo británico, y declarar a las autoritarias naciones europeas que los pueblos independientes de América del Sur estaban fuera de su dominio.
En octubre de 1823 Monroe le envía un borrador de su mensaje al Congreso a Thomas Jefferson en Monticello y a James Madison en Montpellier, pidiéndoles su opinión. Ambos titanes respondieron de inmediato. Dijo Jefferson: “ El tema encarado en las cartas que nos envió es el más trascendente que he contemplado desde el de la Independencia. Aquel nos convirtió en una nación. Este ajusta nuestra brújula y señala el camino que debemos recorrer en el océano del tiempo que se abre ante nosotros, y no podríamos embarcarnos en condiciones más auspiciosas”. También Madison acordó con la oposición a las maquinaciones de los europeos, por “las declaraciones que hemos hecho a nuestros vecinos, nuestra simpatía por sus Libertades e Independencia, los profundos intereses que tenemos en mantener las más amigables relaciones con ellos”.
El 2 de diciembre de 1823, Monroe envió al Congreso su famoso mensaje, que desde entonces será llamado la “Doctrina Monroe”. Observando que los Estados Unidos ya habían establecido, o se hallaban en proceso de establecer relaciones diplomáticas con Colombia, Argentina, Chile y México, Monroe advirtió bruscamente a los europeos que la libertad de Sudamérica debía florecer: “Nunca hemos tomado parte en las guerras de las potencias europeas por cuestiones relacionadas con ellas mismas, ni tiene que ver con nuestra política el hacerlo. Sólo cuando nuestros derechos son avasallados o seriamente amenazados devolvemos las injurias o nos preparamos para nuestra defensa. Con los movimientos de este hemisferio nos hallamos necesariamente conectados de modo inmediato, y por causas que deberían ser obvias para todo observador preclaro e imparcial. El sistema político de las potencias aliadas es en este sentido esencialmente diferente del de las Américas. Esta diferencia deriva de aquella que existe en sus respectivos gobiernos; y en defensa del nuestro, que se ha logrado mediante la pérdida de tanta sangre y bienes, y madurado por la sabiduría de sus ciudadanos más iluminados, y bajo el cual hemos gozado de una felicidad sin igual, toda la nación está empeñada. Por ello debemos, por la sinceridad y las amistosas relaciones existentes entre los Estados Unidos y aquellos poderes, declarar que consideraremos cualquier intento de su parte para extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad”.
Aunque los días en que debimos defender la independencia de las repúblicas de Sudamérica parecen haber pasado, aún persiste el hecho que aquella seguridad y libertad, tanto de los Estados Unidos como de las repúblicas sudamericanas están inextricablemente unidas. Como deja claramente expuesto Santa Fe IV, la soberanía e integridad de un cierto número de países en el sur se hallan en riesgo, no por otra nación sino por organizaciones criminales internacionales tan poderosas que le están denegando a los pueblos de Sudamérica su herencia de libertad. La política de la próxima administración deberá ser alinear juntos al Norte y al Sur, en una asociación que deberá ser sobre bases igualitarias, sin infringir la soberanía de ninguna parte. La promesa y cooperación extendida en los comienzos del siglo XIX por la Doctrina Monroe puede ser la base de una nueva era de mutuo respeto y mutuos intereses.

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